viernes, 10 de septiembre de 2010

El Principito

Mira para un lado y casi se podría ver la espalda. El principito se acostumbra a su dos por dos, monoambiente, con linda vista a la nada. Y así camina y da miles de vueltas por día. Mirándolo de un punto positivo, su simple y solitario mundo, único para él como él único para su mundo, le permite conocerlo y saberlo y vivirlo. Y así el pequeño principito —gigante irónicamente— había aprendido y había vivido. Y como todo buen principe —si no lo hiciera no sería el principito— salió de su mundo para empujar a otro. Y llegó, llegó a empujar a quien más lo necesitaba; a quien, perdido en sus propios desiertos, no sabía lo que era vivir, no tanto como el pequeño principe. Y lo admiraba, y lo escuchaba, y no entendia su pequeñez y su grandeza, así como no entendio por qué debió dar su vida para que él se convierta en su propia agua en el desierto. Y así como el principito, vivimos en nuestros pequeños mundos tan llenos de nada y tan complicados de comprender, esperando poder iluminar la vida de algun otro perdido como si hubiéramos comprendido nuestras vidas tal como el principito la suya. Lo bueno de nosotros, los demas principes, es que a diferencia de este principito, pase lo que pase, si buscamos bien en nuestros pequeñísimos mundos, tenemos otro principito que siempre está aprendiendo a vivir con nosotros.

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