En todo hay hombres y sistemas, y en todo hay corrupción e ineficiencia. Es así, está pensado y planteado asá, como para que el control sea imposible. Para que las pocas personas que mantienen el poder lo tengan y las muchas elijan a una que será corrompida por el tiempo. Yo no planteo una discusión de si está bien o está mal, ya hay mucha gente perdiendo el tiempo en esto. Además de que el hombre es egoista por naturaleza y eso impide la perfección de un sistema. Pero si puedo tratar de darles mi opinión de qué pasa cuando alguien intenta. Por eso existieron los fracasados Stauffenberg o los triunfados Che. Pero la ficción nos brinda algunos más que, se despiden de sus mujeres y convencidos por alguna logia antigua se dirigen hacia algún escondite, en donde preparan sus bombas y eligen sus ropas para salir a ajusticiar. Y esto es muy importante, porque todos creen que pueden cambiar para mejor, pero esconden su identidad ante una mascara o una capa, por miedo a ser rechazado en el futuro por el mismo sistema si algo sale mal.
Pero mi hombre no. Él realmente creía en el cambio, y creía que su explosión cambiaría su país. Por eso fue sin máscara y solo, empujando polvora, como si estuviera empujando ley. Iba contento, porque sabía que estaba haciendo algo que nadie se atrevería, pero que todos recordarían. Y es en el momento en que todo estaba por salir mal, que estaban por atraparlo, que nuestra historia salta a la ficción a mostrarnos qué pasaría en la mente de algunos:
—¿Sabés qué día es hoy? —, preguntó.
—4 de noviembre —, respondió ella.
—Ya no más...—. Y su voz sentenció el concierto de explosiones.
¿Sería útil? No existe la certeza, solo la oportunidad.
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